La portada del álbum debut de los roterdamnianos Iguana Death Cult muestra la dura realidad con la que el resto de humanos debe convivir cada día, que es la de formar parte de su show de marionetas, en el que uno no deja de bailar con esa mezcla se swing-blues-rock de alcohol de alta graduación, bebiendo 'Pyramids' de este dulce brebaje, que empuja a Uma Thurman y a John Travolta a la pista sin tomarse un tiempo de preparación para ello, mientras el descarrilamiento vocal de Jeroen Reek, amparado en la instrumentación de su propia guitarra así como la de Tobias Opschoor, el bajo de Justin Boer y la batería de Arjen van Opstal, se va haciendo más que patente, bajando y subiendo por las colinas no existentes de su Holanda natal, acabando todo en un pogo del que 'The Dreamer' nada recuerda, invocando a The Parrots y al rockabilly mediante consignas tales, que el micrófono va subiendo frecuencialmente hasta alcanzar una agudez tal, que lo masculino parece transformarse en femenino, sacando tajada de ello 'Can Of Worms', la cual se pone brutota gracias a al run run escudero del bajo, que incita sin querer quererlo a que los vocales escupan todo el punk que llevan dentro de una forma imberbe como es la de los berridos.
Vuelta al rock cincuentero en 'Whispers', aunque con el matiz de que el country hace acto de presencia, nutriéndose de cualquier tasca de las películas del oeste para dar de beber, emborrachar y pelear con el que ose a entrometerse en esa velada que incluye ver a las bailarinas o más bien su movimiento de piernas, instante que es utilizado por nuestros vaqueros como triquiñuela de viejos zorros, para asaltar el trono de rey y pasear su corona con un ritmo que apenas se mantiene en pie, lo que aviva a 'Seven Tongues', sacando una hiperactividad de rock setentera por la que mataría Ty Segall.
El californiano parece resarcirse con 'Mutterschiff 308' y su paisaje barroco, dibujado por la locura esquizofrénica de riffs de las cuerdas, la cuales, afiladas como sierras que tanto valen para el metal como para el garage, no dejan títere con cabeza dentro de la fábrica en la que se hallan, soltando virutas de fuego que incendian al respetable, importándoles bien poco que el tema que suene sea 'Voodoo Mirror', un ataque salvaje de destrucción de ciencia ficción en el que lo sucio de su propuesta riega el suelo de cerveza, que previamente ha salido disparada en mil direcciones del vaso de alguno de los presentes, conservando la dignidad y el lo-fi en todo momento.
'Freak' tiene un aura Mac Demarciano, tanto vocal como instrumentalmente, conservando la calma que precede a la tormenta, de vuelta en 'Jellyfish', que por si acaso alguien no quería fuzz delirante, pues dos tazas, o tres que van, ya no sé, ahora atrayendo la reverberación hasta su ser, con un musical de coros que se transforman en monstruos de la noche, de tono embriagado, berreando como Gremlins en modo Mr.Hyde que matarían por una mísera cerveza mientras el rock 70's es derramado por sus altavoces.