Esto de las nuevas bandas es a veces tan rebuscado que, como en este caso, no hay nada que me haga tener una mínima idea acerca de Alice Sails, quitando el hecho de que su bandcamp los sitúa en Toronto, así que directamente entro de lleno en su álbum debut homónimo, dando la bienvenida 'Too Late Kid', un compendio de garage melancólico que empieza como asesorado por ShitKid, aunque rápidamente las esperanzas de seguir en la misma línea se rompen en mil pedazos, emanando del micrófono una voz de desesperación tonal aguda a la que parece faltarle los dientes, fruto del pogo al que su cantante se ve sometido en 'Drug Lord', con el fuzz instrumental golpeándolo hasta desorientarlo, alcanzando un cuasi grunge que los envuelve en un aura inmortal que exhala el terror que se produce a su alrededor, aunque 'Culture Grins' lo refina gracias a las guitarras, las cuales otorgan una halo de luz dentro de la penumbra en la que el resto sigue atosigado, eso sí, sin dejar de recular en su empeño de alcanzar la mayor de las barbaries, consiguiendo su objetivo con 'Abductor', cambiando las cuerdas por cuchillas, lo que conlleva una decadencia que le baila a la muerte de frente.
El deceso parece estar más cerca que nunca, aunque vayan así de chulitos por la vida, y es que 'Throwing Up' muestra con casi pelos y señales los síntomas del infierno que padecen, arcadas incluídas como las que sufren los niños huérfanos de Los Simpsons y que encarecen más el precio de 'Matches', catarsis de un final anticipado que se sucede sin respiro y que es recibido con lágrimas en los vocales, pasando el peor trago imaginado por el interludio que es 'Below Me', la cual hace desaparecer esa sensación de juventud infinita de la que parecían gozar, convertidos en polvo en 'In A Back Room', glorificados por un amasijo de instrumentos rindiendo pleitesía con una epilepsia integrada en el industrialismo más salvaje, ese que es relacionado indirectamente con Crystal Castles.