La vuelta al ruedo de Bambara en formato largo, "Birthmarks", via Wharf Cat Records, hace que el post-punk incendiario retorne de esa manera tan suya de los de Brooklyn, con su carisma de oscuridad desgarradora intacta, secuestrando los riffs sus sentimientos antes de entrar en pánico al sentirse agotados melancólicamente en un radio de espacio claustrofóbico y generador de fuzz cordal, siguiendo intacta esa esencia de gentlemen que tanto garantiza al trío, desarrollando una velocidad condenada a darse contra las paredes del estudio debido a la reverberación y la resistencia de las segundas voces, a la embestida instrumental de la dulzura, para así no tener que ceder ante ella y sus pretensiones de cantos de sirena sensuales, algo que los llevaría a un estado inconexo en el que las olas del sinte se verían mancilladas.
Volver a sus fueros significa traer a colación la desconsideración egoísta de la pista de baile ochentera, traerla a nuestros días y hacerla protagonista, una bendición que demandan con amargura y parte de dureza sintética reverberaba en unas bajas frecuencias aterradoras, por las que el rock deja de lado el upside down a la espera de no perder al micrófono esa parte de calma demencial de funeral de estado y obituario danés más que estadounidense, al que le cuesta volver a su estado originario, pero cuando lo hace, la lava recorre los altavoces como un sicario que pernocta entre distorsiones y botellas de whisky acabadas su alrededor, sufriendo una electrificación maldita y recuerdos lejanos de ritmos grunge, con una pasividad condenatoria por los hechos relatados, fugándose el pop de su Alcatraz personal para que salga a flote una violencia envalentonada, la cual aumenta la ensangrentación de sus ojos pero sin perder un ápice de su personalidad, volviendo esa costumbre tan necesaria de Reid, Blaze y William, de ponerle a sus canciones nombres de mujeres.
📷 Carrie Brautigam