A veces una sola palabra dice más que nada, y Party Hardly con dos, lo dicen todo, ambas contenedoras de un sonido que se debate en varios frentes, aunando rock en los riffs de su último single, 'Living In Moths', lazarillo de una lírica que atiza a los tabloides basura de la TV, encerrando tras de sí un compendio de grunge y dream-pop que se nutre del populismo ochentero de los monosílabos como estribillo, contrapunto a las primeras líneas escritas anteriormente, aunque su texto no escurre el bulto y también tiene para el modernismo tecnológico, en formato The Wytches, abandonándolos por la retarguardia nirvanera de 'Mindcharger', la cual ha mantenido la incertidumbre en sus primeros compases, pero una vez arrancada, Tom Barr, Lachian Banner, Matt Pownall y Stanley Braddock, se ponen el mono de trabajo con una pose de transfondo TIGERCUBiano acelerada por querer empalmar su noche de fiesta con 'Have We Got Time', desinflándose los vocales al querer hacer sombra al telón de fondo que los acompaña, siendo éste demasiado generoso al querer beneficiarlos de una acidez que les de el último empujón.
Su batería de singles acabará en 2018, cuando publiquen su EP debut, en donde se esperan que los nuevos temas contrasten el terreno de por ejemplo 'Oh My God', brit-pop noventero que juega con la ironía al micrófono, llevándose a cada rato las manos a la cara como si de Macaulay Culkin se tratara, acechando a 'Friendly Feeling' para hacer el mal que en sus comienzos solo se ceñía a un fuzz encaramado al muro de ruido puntual que doblaba por la mitad 'Jobs', con su cambio radical dirigido hacia un pop surfero que mira a la cara a My Bloody Valentine que osa incluso a psicodelizarse antes de su último adiós.