Alicia Breton Ferrer - Headache Sorbet

Lo del álbum debut de Alicia Breton Ferrer, "Headache Sorbet", via Glove Compartment (Subroutine Records), es para tenerlo muy en cuenta de cara a todos los que hacéis listas a final de año, con el atractivo de diferir con respecto a sus proyectos madre, The Sweet Release Of Death y Neighbours Burning Neighbours, diluyéndose aquí la grandilocuencia para centrarse en la experimentación más absoluta, casio en mano en el caso de 'Nosebleed', mecánicamente infalible para que el mal augurio de ShitKid aflore, perfecto para tener esa conversación pendiente de materializar consigo misma, en la que la latencia infinita se empeña en sonsacar la lugubrez hecha vivencias, algo en lo que también se adentra 'No Suicide In The Kitchen', apología de un thriller psicológico llevado a cabo con la ayuda de un bajo que colabora activamente con el drum'n'bass para acercarse a un terror a contracorriente de la actividad humana, enarbolado por la voz encajonada de la cantante, la cual bendice el poder inmortal de la electrónica de 'Eyeball' acercándose al universo de Kim Gordon en solitario, consumando su matrimonio con el rock al asomar los riffs de Forest Swords, cambiando el paisaje cuando la instrumentación fluye con total libertad, dibujando entonces un autoretrato enérgico vestido de sadomasoquismo con sangre a su alrededor pero sin desperfectos maquiavélicos.

'Red Alert' se centra en la búsqueda de las cosquillas emocionales, golpeando duramente su voluntad contra la batería para sacar así petróleo de su dignidad, yéndose de club en club para bailarle a la muerte, nublada por las luces estroboscópicas que anidan en el techno minimalista berlinés, ciudad que también acoge a 'Having Fun', micro shoegaze oscurantista bañado de fuzz que toca las palmas para enervar un complejo sistema cataclista en el que la artista es la cleopatra flamenca de turno, espejismo frente al que se mira 'Control', donde su cuento de hadas se impregna de un ambiente de una gravedad dictatorial, que camina de pies entre las aguas termales de su propia reverberación vocal, incorporando la flautista de Hamelin una mordiente capacitiva hace mirar atrás a 'Everything Is Going To Be Alright', emperatriz al servicio de sus propios pensamientos, aferrándose al convencimiento como obra de caridad social, decayendo incluso 'Iggy' Pop al embalsamar los recuerdos al lado de la cama, con su gato y a la luz de la luna, perfilándose un demogorgon cuyas caricias animadas pernoctan en su cabeza y en sus manos, algo en lo que 'Delete' se recrea, separando su versión más endeble del ostracismo balcánico con una reverberación vintage que adorna su despedida con el oscurantismo más efectivo.